Dedicaba la semana pasada Manel Gozalbo una sentida carta al sucesor de Yaser Arafat, que, a pesar de no tener aún apellido, todos saben que se llama Abú. Al que venga a suceder al matón de El Cairo le va hacer falta, sin embargo, algo más que buenas intenciones. Ya sea Abú Mazen o Abú Alá –y hago votos por que el primero sea el que se haga cargo de la situación- la herencia que ha dejado Arafat a sus discípulos es cualquier cosa menos atractiva. Palestina es hoy una entelequia a medio camino entre la nada absoluta, la miseria infame y el crimen organizado.
Construir una nación que no había existido nunca sobre el odio tiene estas consecuencias. Arafat, y sus privilegiados contactos con el mundo árabe, comerciaron impunemente con el pueblo palestino desde la primera guerra, la del 48, para mantener encendida una lucha popular que sólo se justificaba desde la perspectiva criminal de erradicar de Israel a los judíos. Los sucesivos fracasos militares, el del 67 y el del 73, en lugar de hacer reflexionar a los líderes palestinos hicieron que éstos se entregasen con denuedo e irresponsabilidad al sacrificio de su propio pueblo. El Septiembre Negro, las matanzas de civiles en Israel, en Sudán, en Alemania o en lugares tan extraños como un barco de crucero, son el único credencial que puede entregar la OLP y la mayoría de sus capitostes a unas gentes que han sufrido lo indecible por las ínfulas de grandeza de Arafat y compañía.
En la agenda de cualquiera de los Abú que el 9 de enero se batirán por hacerse con la Autoridad Nacional Palestina figura en mayúsculas la prioridad número uno: dejar de matar, y la número dos: sentarse con sus vecinos a negociar. Para lo primero quizá sea necesario que Abú tome el camino de su homólogo iraquí Iyad Alaui y destine los recursos que considere apropiados para liquidar de raíz el origen del problema. Sin terroristas suicidas de los que hacen estallar autobuses en el centro de Tel Aviv habrá recorrido la mitad del camino. Apoyo no le va a faltar. Tanto la Casa Blanca como el Gobierno británico ya han mostrado su intención de ayudar en lo que haga falta a la renovada ANP. Eso sí, nada de victimismo idiota con el kalashnikov en la mano. Y en cuanto a los fondos que afluyan para mantener el proceso, sería deseable que terminen en los campamentos y no en opacas cuentas suizas.
Con Hamás y demás fauna de pistolón y dinamita adosada al abdomen fuera de la circulación puede empezarse a hablar de negociación. Los palestinos no son propietarios de aquella tierra, por más que los muecines de la prensa occidental se empeñen en lo contrario. Israel es un estado legítimo, reconocido por la práctica totalidad de naciones y que, además, puede servir de ejemplo y modelo a todos los países de Oriente Medio. Aunque a los corresponsales destinados en Jerusalén y a la mayoría de periodistas de occidente les reviente, Israel es una nación democrática, respetuosa con los derechos individuales y tanto o más próspera que muchos países europeos. Sus vecinos son exactamente lo contrario. Los hechos, una vez más, se llevan mal con la ideología.
El plan de paz propuesto por Barak en el año 2000 puede ser un buen comienzo y sobre Jerusalén se podría seguir negociando aunque no en la línea del difunto Arafat. No está escrito en parte alguna que la ciudad de las tres religiones pertenezca a los palestinos. Tampoco, cierto es, que sea patrimonio del pueblo judío, sin embargo, éstos fueron los que la tomaron en una guerra que empezaron otros. Israel se ha retirado –o está en proceso de hacerlo- de todos los territorios que un día ocupó para defender su supervivencia como estado. Jerusalén es la excepción y no me cabe duda que con buenos modos y una diplomacia hábil podría alcanzarse un acuerdo satisfactorio para ambas partes.
El Abú que salga elegido tiene trabajo pendiente, mucho, demasiado para una sola persona. Convertir a Palestina en algo parecido a un aspirante a estado va a llevar tiempo y va a ser una tarea digna de titanes. Los palestinos ganarán mucho, empezarán, por vez primera en su historia, a ser personas y no sujetos pasivos de los manejos de una cuadrilla de rufianes. En el camino se quedará el mito de la “lucha del pueblo palestino”. Falta hace.
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