Que la intervención aliada en Irak fue necesaria creo que, tras ver que el país se ha librado de un tirano sanguinario, es algo que huelga recordar. Los iraquíes han ganado mucho con la valentía que el ya reelecto presidente Bush tuvo al proponer a la comunidad internacional acabar con la dictadura sadamita. Y no sólo por la recuperación económica, que, aunque los medios occidentales traten de no mostrar a su audiencia, es efectiva y está beneficiando a la práctica totalidad de un pueblo que las ha pasado canutas en la última década. Los iraquíes, a pesar de que una miríada de asesinos la traten de reventar a cualquier precio, celebran en su mayoría la intervención aliada y la libertad que han traído bajo el brazo los soldados americanos, británicos o australianos.
La liberación de Irak empezó un 16 de marzo de hace un año y medio, en las islas Azores y con una cobertura de prensa sorprendente. En el archipiélago que está a mitad de camino entre Europa y América se reunieron el presidente Bush, el premier británico Tony Blair, José María Aznar y el primer ministro de Portugal, que ejerció como anfitrión del evento. Sólo faltaba el australiano John Howard, liberal entusiasta y partidario de la intervención, que quizá por no ser Australia un país Atlántico no asistió a la reunión. La prensa europea, y en especial la española, no ahorró críticas al encuentro al que veía –con buen criterio– como antesala para el inicio de la intervención. Se les llamó de todo, de todo lo malo se entiende, y empezaron las cábalas para ver cuánto tiempo duraban cada uno de ellos en el cargo. Los más conspicuos analistas políticos, dejándose llevar por la mística antiyanqui –que suele llevarse fatal con la realidad–, se juramentaron contra los miembros de la célebre foto de las Azores y auguraron desde sus cátedras mediáticas que todos perderían el poder en la siguiente cita electoral.
A la vuelta de un año casi exacto esos mismos expertos creyeron ver en las elecciones españolas la primera señal de que su vaticinio se cumplía inexorablemente, de hecho, algunos hablaban hasta de la maldición de las Azores. Pasaron por alto que José María Aznar no había, en ningún momento, perdido las elecciones sino que lo había hecho Mariano Rajoy, y no precisamente por el reducidísimo contingente que el Gobierno español había enviado a Irak –poco más de mil soldados y un barco de la armada– sino por la campaña de desinformación que siguió a la matanza islámica del 11 de marzo.
En cuanto al portugués Durao Barroso no tuvo siquiera tiempo de revalidar su mayoría. Meses después de acoger en las Azores la reunión de la discordia fue propuesto como Comisario Jefe de la Comisión Europea para suceder a Romano Prodi, un caramelo que no se entrega, precisamente, a un político marcado por el presumido estigma de las Azores. Al otro lado del mundo, John Howard, que fue duramente criticado por la izquierda australiana y ninguneado por la europea, cosechó una victoria histórica en las elecciones de octubre, frustrando las esperanzas de su oponente laborista cuya promesa estrella era retirar las tropas australianas de Irak.
El triunfo de Bush en las elecciones americanas de la semana pasada ha servido de confirmación que, hasta políticamente para sus mentores, la guerra de Irak fue un acierto. Tan sólo queda Tony Blair por refrendar su decisión de alinearse con el "Eje del bien". Tras un año complicado en el que ha habido de todo los últimos sondeos indican que Blair se recupera y podría ser que los británicos le permitiesen quedarse en el 10 de Downing Street otra legislatura más.
Los que no parecen tenerlo tan sencillo son los que se erigieron entonces como portavoces de la paz. La ONU está enredada en un sucio asunto de corrupción a cuento del programa "Petróleo por alimentos", que, todo sea dicho, a los únicos que dio de comer fue a los jerarcas del régimen de Sadam Hussein. El presidente francés, Jacques Chirac, no volverá a presentarse unas presidenciales que, hace dos años, ganó gracias al fantasma Le Pen. Por último, el canciller Gerhard Schröder, se las ve francamente negras de cara a los comicios de 2006. La economía germana no termina de despegar y muchos alemanes no han terminado de entender el gratuito e innecesario enfrentamiento con los Estados Unidos, nación a la que los alemanes tienen mucho que agradecer.
Quizá, ahora que la realidad se empeñado en chafar las sesudas predicciones de nuestros expertos en política internacional y geoestrategia, alguno recupere la cordura y empiece a ver las cosas como son y no como le gustaría que fuesen.
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