Si no fuese porque lo dice un periódico, la verdad es que me costaría hasta creérmelo. Si la semana pasada me tocó fustigarme a conciencia con noticias de bautismos civiles esta no ha sido menos, menos dolorosa quiero decir. El Diario de Navarra informaba ayer que un colegio de la localidad de Castejón, en Navarra, prohibirá la próxima Navidad toda celebración relacionada con la religión católica. Los alumnos de esa escuela solían celebrar, hasta que su Robespierre con careta de director se lo ha impedido, un festival navideño en el que se incluía nada menos que un Belén viviente. Para eliminar todo resabio del tradicional festejo ha prohibido también los villancicos y cualquier simbología que, siquiera de lejos, oliese a cristianismo.
El responsable de la majadería, un tal García Rincón, se ha justificado alegando que él ve la escuela como un "espacio laico" en el que se debe evitar la discriminación. Para tranquilizar a los alumnos –y a sus previsiblemente enfadados padres– ha hecho intención de sustituir lo del Belén por una obra de teatro. Muy progre, muy laico, como de La Barraca lorquiana pero en cutre. En rigor, y si el director quiere ponerse laico a más no poder, lo lógico es que se las viese con la consejería de Educación, suprimiese los días de vacaciones y ordenase al claustro programar exámenes parciales el mismo 25 de diciembre. Porque, para no discriminar y transformar Castejón en Tánger, sería ideal que nadie, ni él mismo, tuviese días libres en Navidad. Qué menos, no vaya a ser que la minoría musulmana se ofenda y le llame cruzado o Dios sabe que insulto que podría herir mortalmente su laica sensibilidad.
La asociación de padres de alumnos ha puesto, como era de prever, el grito en el cielo y ha mostrado su intención de organizar un festival alternativo en la Casa de Cultura. Un festival con Belén –viviente, sospecho–, villancicos, espumillón, pastorcillos, reyes magos, zambombas, panderetas y todas esas cosas que hacen de la Navidad algo tan entrañablemente ruidoso. Como la mayoría de los alumnos son –al menos de tradición– cristianos y se pirran por las verbenas navideñas, la función teatral en el colegio va a quedar algo desangelada. Quizá, llevado por la necesidad, García Rincón se anime y se lancé al entablado para recitar algunos poemas de Alberti, pero de su época de chaquetón de cuero, la más laica del inmortal poeta gaditano.
Esta historia me recuerda a un capítulo de la serie South Park en la que, con motivo de la Navidad, las minorías del pueblo empiezan a enredar hasta conseguir que la fiesta escolar navideña se convierta en un aquelarre absurdo que me proporcionó mi buena media hora de carcajadas. Tras ver aquella entrega de South Park pensé que tal situación era tan hilarante como irreal. Está claro que me equivoqué, y mucho. Los laicistas están más crecidos de lo que yo pensaba, y eso que me suministro regularmente mi dosis de progresía naïf para que estas cosas no me pillen por sorpresa. Pero nada, como de ordinario no tienen otra cosa que hacer, van siempre un paso por delante.
Hace unos años se estrenó una película en la que un monstruito con aspecto de ogro se dedicaba a robar la navidad a los niños. En el filme, por fortuna, acaba imponiéndose la cordura. En Castejón me da en la nariz que lo que va a terminar triunfando será la voluntad del malo, del Grinch de la ribera del Ebro que, de laico y progre que es, está dispuesto a dejar a los niños de su colegio sin villancicos, y, lo que es peor, sin Belén viviente. Imperdonable.
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