Podemos o, mejor dicho, su constelación de franquicias electorales de extrema izquierda ya tienen mando en plaza. Y no en una plaza cualquiera, sino en las tres principales del país y en unas cuantas de segunda categoría. Ahí los tenemos porque, aunque propiamente no han ganado las elecciones, los pactos les han abierto de par en par las puertas de los consistorios. Estaba tan cantado que sorprende tanto desconcierto y tanto pasmo durante esta primera semana de gobiernos podemitas, marcada por los escándalos tuiteros y las dos toneladas de propaganda bicicletera y buenista que preludian cuatro años gloriosos de despropósito y zapaterismo a granel sin anestesia.
No será porque no se advirtió con tiempo suficiente como para que se tomasen las medidas extremas que la situación exigía. El perroflautaje los iba a sacar a patadas si seguían robando e incumpliendo, incumpliendo y robando. Bien, ya los ha sacado a patadas. El Partido Popular, de hecho, sigue hoy como si no hubiese pasado nada. Un Rajoy ciego, sordo y mudo, encerrado en su torre de marfil, secuestrado por la camarilla de Moncloa e inasequible a cualquier cambio por cosmético que sea, es la metáfora misma de un partido y un sistema paralizados y sin capacidad de reacción ante el más mínimo estímulo. Como los patricios romanos que contemplaban la entrada de los bárbaros en la ciudad con aristocrática desgana mientras apuraban la penúltima copa de Marsala, el Gobierno y el partido que lo sustenta han decidido que lo mejor es que lidien otros con la fiera. Y si los otros no consiguen repeler la invasión se resignarán al “bel morir che tutta una vita onora” que cantaba Petrarca.
Que ese desastre sin atenuantes llamado Mariano Rajoy piense así entra dentro de lo normal. A él le ha venido todo regalado. Primero por Fraga, luego por Aznar y al final por Zapatero, que terminó entregándole el poder tras una breve y no demasiado dolorosa agonía. Quizá lo único por lo que ha peleado en su vida es la oposición a registros, sacada de muy joven al calorcito del hogar paterno, que también era opositor. Lo que no hay quien entienda es lo del resto del partido. ¿Son conscientes de adonde les conduce esta dilación de lo inevitable? ¿No han tomado nota de la amarga suerte que han corrido sus conmilitones en municipios y autonomías? ¿A qué esperan para plantarse y exigir cambios de calado suficiente como para, al menos, taponar el boquete por el que se escapan miles de votos diariamente?
Al Gobierno le queda poco tiempo, pero sí el suficiente como para recuperar la iniciativa, aunque sea por los pelos y en la última curva. Bastaría con pegar un severo tajo al IVA (volver al 18% y asegurar el 16% para el 1 de enero junto a una rebaja significativa en IRPF y Sociedades), poner la cuota de autónomos en 30 euros y cepillarse la ley Aído de un certero decretazo. No sería mucho ciertamente, pero al menos sería algo que sus votantes percibirían en el acto. La bajada del IVA se sentiría inmediatamente, una hora después de ser publicada en el BOE todos los bienes y servicios bajarían de precio milagrosamente. Eso de que con el mismo dinero se puedan adquirir más cosas a la gente, a toda la gente, le gusta mucho. Echar para atrás, volver al 21%, se lo pondría complicado al siguiente. Lo de los autónomos tardaría en percibirse un mes pero pondría en jaque a podemitas, pesoítas y otras hierbas. Con una cuota de 30 euros mensuales y tres millones de autónomos danzando por el país, el que venga no podría subirla, bueno, por poder podría, pero se encontraría ante una oposición frontal en la calle. Una vez se han pagado 30 euros volver a pagar diez veces más da donde más duele.
Un Gobierno decidido, al que aún le quedase una sola idea en la cabeza, no lo dudaría. Contraatacaría por tierra, mar y aire arrojando las últimas bombas de su arsenal. Pero el de Rajoy me temo que es un Gobierno que ni se decide, ni sabe lo que es decidirse, ni tiene una sola idea en la cabeza más allá de la de permanecer en Babia hasta el día del juicio final, que es exactamente el de las elecciones. Podría argüirse que las bajadas de impuestos dispararían el déficit. Si y solo si se mantiene el nivel actual de gasto, irracional y básicamente político. El Estado puede vivir con menos, con muchísimo menos al tiempo que atiende eso que llaman Estado del Bienestar. Al fin y al cabo hace diez años el Gobierno ofrecía esencialmente lo mismo gastando mucho menos dinero. El déficit es una simple excusa. Montoro lo sabe, pero le gusta gastar, y para gastar tiene que quitárnoslo antes. Esa es la tragedia, nuestra tragedia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario