domingo, 24 de enero de 2010

Liberales de la Ilustración

La primera vez que oí hablar de La Ilustración Liberal fue por la radio allá por el invierno de 1999. Lo contaba Federico Jiménez Losantos en La Linterna, el programa que por aquel entonces presentaba en la cadena COPE. Iba a ser una revista hecha por liberales para liberales, un proyecto único en su especie. ¡Y qué liberales…! Losantos, Montaner, Vargas Llosa, Marco… y hasta un tal Javier Rubio del que yo no tenía noticia pero que escribía con pausa, como a caladas largas de una pipa. Mucho antes de lo que pensaba, Javier Rubio dejaría de ser "un tal" y empezaría a ser "el jefe", mi jefe, que es lo que sigue siendo hoy. Por lo demás, sigue escribiendo tan lenta y elegantemente como hace diez años.



La Ilustración sería una revista de pensamiento diferente, una revista única en su especie que saldría cada dos o tres meses y que tendría su propio sitio web. Casi nada. Hoy esto nos parece la mar de normal, pero en aquel entonces no era así. En 1999 internet era aún una rareza, y eso de ser liberal, una excentricidad propia de unos pocos universitarios que escuchaban a Jiménez Losantos, o que acudían a las clases que Huerta de Soto daba a las tantas de la noche en la Complutense. Decirse liberal en la España de los 90 era, en resumidas cuentas, el pasaporte ideal para que nadie te tomase en serio: "¿Liberal? –preguntaban con sonrisilla maligna–, ¿de los de Cánovas o de los de Sagasta?". "Cánovas era conservador, y Sagasta…". "Bueno, pues eso".

A mí, "eso" me daba igual; así que al día siguiente me puse a buscar como un loco la revista por varios kioscos de Madrid. Ningún kioskero la tenía y, lo peor, ninguno había oído siquiera hablar de ella. Increíble, me dije, ¿cómo es posible que esta gente que se pasa el día rodeada de papel no escuche La Linterna por la noche? Al final, no recuerdo bien dónde pero seguro que fue en Madrid, encontré el primer ejemplar: 1.100 pesetas me costó, y por bien pagadas las di, porque no dejé un solo artículo sin leer; algunos incluso los leí dos veces, para amortizar el gasto: que, antes de la llegada del euro, 1.000 pesetas daban para mucho.

Lo primero que me gustó de La Ilustración fue ese combinado extraño de libro y revista, de perpetuidad literaria y de lectura fugaz que, por fortuna, sigue manteniendo. Desde el primer número han convivido en las mismas páginas análisis de actualidad con minitratados de economía, filosofía, historia; retratos de liberales ilustres, reseñas de libros y cualquier cosa que uno pueda imaginarse. Ese ha sido el verdadero secreto de su éxito. Una receta mágica que formularon los fundadores y que hoy sigue vigente.

La Ilustración Liberal ha acogido miles de artículos de todos los temas posibles. Aquí, por ejemplo, me convertí en un amigo convencido de Israel gracias a un pequeño texto de David Horowitz que me abrió la puerta a otras lecturas y los ojos a una realidad que había estado ignorando durante mucho tiempo. Ciertos temas han sido y siguen siendo recurrentes, como el de la libertad, que abrió el primer artículo del primer número y que ha sido reelaborado mil veces por otros tantos colaboradores de la revista.

En esto de la libertad mirada desde tantos ángulos distintos la generación de liberales formada en la primera década del siglo tiene una deuda inmensa con estas páginas. Los que vinimos antes no lo tuvimos tan fácil. Sin ellas no serían los mismos, y no será lo que les toque ser en el futuro la generación que está empezando su formación teórica.

La riqueza de enfoques y la variedad de temas que ha albergado La Ilustración desde su nacimiento se lo debe casi todo al espíritu libremente caótico o caóticamente libre que siempre ha tenido su redacción. Por La ilustración han pasado cientos de colaboradores, y cada uno ha puesto su ladrillo para construir la casa –algunos, en rigor, han acarreado un palé entero de ladrillos y los han colocado alineados en orden perfecto–; y ese ladrillo siempre fue el que ellos querían poner.

Para muestra un botón, mi botón. En 2003 empecé a colaborar con la revista. José Ignacio del Castillo y Jesús Gómez me pidieron un artículo para el número de otoño. Les pregunté sobre qué querían que escribiese y me respondieron que podía hacerlo de lo que me complaciese más, de algo sobre lo que supiese mucho y que tuviese ganas de contar a los demás. Preparé entonces un artículo sobre Hailé Mengistu, el negus rojo de Etiopía, un personaje bastante siniestro del que, curiosamente, no se había escrito casi nada en español. Me documenté y lo hice. Las páginas de La Ilustración Liberal estaban ahí para acogerlo. Eso es sentirse en casa, en mi casa, en la casa de los liberales.

Esta mi pequeña historia podría ser amplificada muchas veces por otros colaboradores que han ido enriqueciendo la revista al más liberal de los modos: buscando la propia satisfacción, que es, aproximadamente, lo mismo que satisfacer a los lectores y hacer lo propio con el editor de la revista. Entre escritores, un modo semejante de trabajar tiene que por fuerza que funcionar. Y funciona. La variedad infinita de La Ilustración se debe a un principio tan elemental como liberal: la iniciativa personal, el querer hacer algo y hacerlo, sin cortapisas ni directrices. Mario Noya, el actual redactor jefe de la revista, lo sabe y lo propicia porque conoce de primera mano sus buenos frutos.

Esa libertad de elegir no ha entrado en conflicto con el hecho de que La Ilustración siempre haya sido una revista periódica y atada a su tiempo. En diez años no hemos dejado ni un solo tema de actualidad sin atender. No se nos escapó el 11-S, ni la guerra de Irak, ni el 11-M, al que dedicamos un número entero tapizado por dos bandas negras que hablaban por sí solas, ni las sucesivas citas electorales ni... nada de nada. Los materiales reunidos en la revista serían una buena base para historiar la primera década del siglo XXI con conocimiento de causa y sentido común.

Y tan seguro estoy de lo que digo que yo mismo utilizo viejos artículos de la revista cuando quiero revisar algún acontecimiento del pasado reciente, ya sea la crisis económica alemana del año 2000 o el ascenso y consolidación de Hugo Chávez en Venezuela. En La Ilustración hay referencias, trabajos monográficos o artículos cortos de todo lo que ha pasado en los últimos diez años; y, a diferencia de lo que sucede con otras revistas de pensamiento, para encontrarlos no hay que pasar frustrantes horas en la hemeroteca: todo está a la distancia de un clic.

La Ilustración Liberal nació con la vocación de ser la primera revista de su género totalmente internetizada, y doy fe de que lo ha conseguido. Gracias a la voluntad de querer estar en línea, que eso cuenta, y mucho, y a los buenos oficios de Daniel Rodríguez Herrera, liberal, informático y trabajador infatigable, no necesariamente en ese orden. Puede a primera vista parecer algo sin demasiada importancia, pero el hecho de disponer inmediata y gratuitamente de un fondo documental semejante hace de nuestra revista algo muy especial y bastante anómalo en el sector. La Revista de Occidente, sin ir más lejos, ofrece en su página web poco más que la portada y algún que otro artículo suelto en PDF.

Haber convertido La Ilustración en un medio de pensamiento que aprovecha a fondo internet es uno de los mayores aciertos de estos diez años y 40 números, 39 de los cuales están a disposición de los lectores de todo el mundo por la cantidad de cero euros. Los fundadores pretendieron llegar al mayor número de personas posible; de lo que estoy seguro es de que nunca pensaron que fuesen tantas ni de tantos sitios diferentes.

La Ilustración quiso ser desde sus inicios una revista española y americana, hispana en suma, y, por una vez, la cosa no se quedó en fabulosos planes peleados después con la realidad. Contar con un medio liberal que sirva por igual a los hispanos de ambos hemisferios, del norte y del sur, de Europa y de América, era un viejo sueño muchas veces truncado, ya por la distancia, ya porque la Hispanidad es algo tan amplio que se antoja difícil tomarlo como un todo. La Ilustración, todo humildad, todo escasez de recursos, lo ha logrado. A estas alturas de la película, los lectores siguen viniendo de ambos lados del charco, y los autores también. En La Ilustración conviven en armonía plumas como las de los peruanos Mario Vargas Llosa o Enrique Ghersi, los argentinos Horacio Vázquez-Rial y Martín Krause, el cubano Carlos Alberto Montaner, el colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, el uruguayo Rubén Loza Aguerrebere… y un interminable etcétera de lo mejor que ha dado el liberalismo hispanoamericano en el último cuarto de siglo. Junto a ellos, los españoles: dos generaciones completas de liberales han pasado por estas páginas. Son tantos, que me harían falta varios folios para citarlos a todos. Si, Dios no lo quiera, mañana se dejase de editar La Ilustración Liberal, durante varias décadas seguiría siendo una obra colectiva de referencia.

Al final, pretendiéndolo o sin pretenderlo, estos diez años de historia han dejado un corpus único que no existía antes. Una reflexión continua, renovada cada tres meses, sobre la libertad, sobre España, sobre Hispanoamérica y sobre el mundo. Una mirada aguda a través del liberalismo, esa doctrina extraña con la que en el mundo hispano nunca te toman muy en serio.

Lo mejor, sin embargo, no es lo que hemos hecho, que es mucho y muy bueno, sino lo que queda por hacer, lo que aún no hemos contado, los años que vendrán. La base ya está puesta,

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