Moscú había abandonado la idea de la Revolución Mundial después de la guerra civil rusa y de la traición de la socialdemocracia alemana. Lenin se resignó a que la revolución fuese sólo en Rusia aunque lo que él siempre tuvo en mente es que Alemania, patria de Marx, de Engels y del principal partido socialista del mundo, fuese la potencia socialista rectora. Como la cosa se frustró en Alemania prefirió mantener lo ganado constituyendo la III Internacional desde Moscú. Ahora bien, ni él ni su sucesor disponían de fuerza suficiente para exportar el socialismo de un modo eficaz. La Comintern de los años 30 a lo más que llegaba era a enredar un poco en occidente y a entrenar pistoleros en Rusia para que sirviesen luego en sus países como matones. Stalin le tenía tan poco aprecio a la Comintern que la llamaba despectivamente "La tienducha".
La URSS de entreguerras era tremendamente débil, tanto que a Hitler le costó unas semanas ponerla de rodillas, y la hubiese rematado si solo hubiera peleado con ella y si hubiese dejado a un lado el supremacismo ario. En Ucrania y las Bálticas la población recibía a los alemanes como salvadores, ventaja que no supo aprovechar Hitler porque le comía por dentro la cosa esa de la raza. A los ucranianos, por ejemplo, en lugar de ponerlos de su lado empezó a masacrarlos, con lo que desperdició un amigo que le podría haber ayudado mucho a ganar la guerra del este. Pero el programa de Hitler era otro bien distinto y ganar la guerra era sólo una parte de ese programa. Con Stalin sucede algo parecido. Él tenía su proyecto a largo plazo, proyecto en el que no entraba una guerra con Alemania.
La ventaja de estudiar dictaduras, sobre todo si son férreas y personalistas como la nazi o la soviética, es que con conocer bien al dictador entiendes porque pasó lo que pasó. Cuando se estudia una democracia es todo mucho más confuso porque hay mil variantes, figuras, sensibilidades, etc. La república de Weimar, por ejemplo, es complicadísima de interpretar. La Alemania nazi no, y la Rusia de Stalin tampoco, siempre y cuando se conozca a sus artífices.
En 1935 el plan de Hitler consistía en invadir la URSS, liquidarla, repoblarla de alemanes arios, reducir a la población eslava a la semiesclavitud y, de paso, limpiarla de judíos. Estimaba que la operación completa le llevaría unos 20 años. Pero estaba obsesionado con hacerlo en vida, por eso se precipitó en la guerra en 1939 y no en 1949, año en el que hubiese cumplido 60 y, por lo tanto, no hubiese podido ver la consumación de su plan maestro. Para llegar a eso era necesario acercarse primero a Rusia, ya mediante alianzas con los estado eslavos intermedios, ya mediante la invasión de los mismos. Con Eslovaquia se llegó a un acuerdo, Bohemia se integró en el Reich y Polonia tuvo que ser invadida después de que ésta se negase a entregar a Alemania Danzig, un ferrocarril y una carretera extraterritoriales que atravesasen el corredor. Una vez estuviese cerca podría invadirla a placer sin miedo a que los países de occidente le importunasen, porque ellos también eran antibolcheviques, tan antibolcheviques que habían patrocinado al ejército blanco solo 15 años antes durante la guerra civil. El plan le salió mal, perdió una guerra que provocó a drede, tuvo que suicidarse en el búnker y Alemania estuvo ocupada militarmente durante 50 años.
El plan de Stalin era diferente. Necesitaba consolidar la revolución en Rusia, hacer funcionar los planes quinquenales e industrializar el país a toda hostia. Eso le llevaría unos 20 años, más o menos hasta su muerte. El siguiente tendría que expandir la revolución por Europa. Para la primera fase, la que le tocaba capitanear a Stalin era necesaria una alianza con Alemania que le ofreciese tranquilidad en la frontera del oeste y sacase partido de la colaboración tecnológica con los alemanes. Una vez Rusia estuviese en condiciones, libre de la lacra del hambre y con una industria potente podría empezar a pensar en cómo, cuándo y dónde se exportaba la revolución. A Stalin el plan le salió bien, ganó una guerra con la que no contaba y en sólo 10 años era ya el dueño de medio mundo.
Y España, ¿qué pinta en todo esto? Pues muy poco. En 1936 empezó la guerra y los rusos vieron una oportunidad de sacar algo en claro (económicamente hablando) de toda la movida. Los alemanes, por su parte, colocaban un estado cliente debajo de Francia y, ya puestos, entrenaban a la elite de su ejército, que era la Luftwaffe, el mismo cuerpo que había estado entrenando en Rusia (en la ciudad de Lipetsk) de 1925 a 1933. Italia se lo tomó más en serio y envió 70.000 voluntarios a la guerra, pero es comprensible porque, en el plan de Mussolini, España si pintaba algo, en el de Hitler poco, y en el de Stalin nada. Una simple cuestión de lejanía.
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