Durante la Superbowl de 1984, en plena era Reagan, aquellos años mágicos en que los yanquis empezaron a atar a los perros con longaniza, se emitió un anuncio un tanto extraño que avanzaba el lanzamiento de un nuevo modelo de ordenador doméstico. El spot, considerado ahora como una de las cumbres de la publicidad televisiva, mostraba a una jovencita vestida al estilo de las Olimpiadas de Los Ángeles (¡benditos 80!) corriendo como alma que lleva el diablo con un martillo en la mano.
Detrás de ella unos maderos tipo los de Rubalcaba persiguiéndola por un pasillo que conducía a una especie de cine donde una multitud de tíos lobotomizados veían embobados a un antecesor de Gabilondo dando instrucciones. Todo como muy visual, muy cinematográfico, muy de quedarte pegado a la pantalla de la tele sin saber muy bien de qué va la cosa. En Estados Unidos causó sensación, aquí no tanta; primero porque no se emitió jamás, y segundo porque esa era, precisamente, la pose que adoptaban los telespectadores españoles de la época cuando se tostaban delante de los informativos que el hermano de Juan Guerra teledirigía desde la Bodeguilla. Y doy fe de ello porque, aunque era un niño por entonces, me acuerdo perfectamente del atontolinamiento general de aquella primera legislatura triunfal del Morritos, también conocido a este lado de la Castellana como Morenito de Cazorla.
El anuncio dio mucho que hablar por entonces porque la chica estaba de muy ven ver, porque a los yanquis, poco hechos a las dictaduras, eso de ver lavados de cerebro les llama la atención, y porque lo único que anunciaba era un martillo volando. Al final del spot una voz en off recordaba sentenciosa:
"El 24 de enero Apple Computer lanzará el Macintosh. Y verá que 1984 no será como 1984".
Y, efectivamente, no fue como 1984 sino como 1984.
El Macintosh en cuestión era hasta aquel momento una variedad de manzana de color rojo muy apreciada por los entendidos. Desde ese momento pasó a ser un ordenador de color beige, cuadrado como una caja de zapatos y con un pantallín minúsculo que, sin embargo, para la época era de dimensiones extraordinarias. El Macintosh era capaz de hacer cosas que no hacía su competencia más directa: los PC de IBM que corrían el software de Microsoft. Tenía, por ejemplo, un interfaz de usuario totalmente gráfico y al teclado le acompañaba un exótico complemento que el fabricante había llamado “ratón” por su semejanza con el orejudo roedor que, incomprensiblemente, tantas simpatías despierta por todo el mundo. Era potente, de diseño, tremendamente útil para casi todo e irresistiblemente ochentero. Como contrapartida era un pelín caro: 2.500 dólares de la época que, ajustando la inflación, serían unos 5.000 dólares de hoy en día. Una pasta, vamos.
Esta fue la principal razón por la que en España no triunfó. Hoy presumimos de portátil de marca y de móvil de última generación, pero bueno es recordar que España se informatizó a golpe de clónico baratito y de apaños que el vecino informático del tercero nos hacía en un PC de segunda mano. Los que lo vivieron lo saben. Con la que está cayendo y lo que queda por caer en breve volveremos a lo mismo así que, ya sabe, alargue todo lo que pueda la vida de su Sony Vaio Core 2 Duo extrafino porque lo más probable es que sea el último.
Los americanos, que tenían (y tienen) el mal hábito de dar envidia al resto del mundo, se lanzaron como poseídos a comprar la caja de zapatos con monitor que, según sacabas de la caja, estaba plenamente operativa. En muchas películas de la época se ve a adolescentes rollizos, flipados con Samantha Fox Michael J. Fox que hacían virguerías con sus Macintosh, cosas como montar guerras mundiales o armarla parda en el barrio de chalés unifamiliares prefabricados a las afueras de Denver.
La pasión por el Macintosh duró hasta el final de la década y luego se fue desinflando. En la primera mitad de los 90 los PC eran ya capaces de hacer todo lo que hacía el Macintosh por menor precio y con el atractivo de tener una variedad casi infinita de programas y juegos, todos perfectamente pirateables, lo cual constituye un atractivo al que es difícil resistirse. Habría que esperar al final de la década para ver el renacimiento del concepto todo-en-uno. Como lo de Macintosh estaba muy trillado los de Apple se inventaron un nuevo nombre: iMac, así con la “i” minúscula que transportaba directamente al universo, aun ignoto, de Internet. El iMac partía del mismo presupuesto, un ordenador para todos, dotado de un sistema operativo rápido y fácil de utilizar, con todo incluido, listo para usarse según se saca del embalaje y muy bonito de aspecto.
El iMac debidamente puesto al día sigue a la venta y sigue siendo un pelín caro. No tanto como hace un cuarto de siglo, pero lo suficiente para que la cuota de mercado de Apple sea tan pequeña que los dueños de un Mac se sienten parte de algo especial. Quizá lo son, o lo somos, porque esto que usted lee está escrito en un Apple MacBook, evolución última del Macintosh en su vertiente portátil. Sólo espero que me dure muchos años y que los de Apple sigan fabricándolos, al menos, otros 25 años más.
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