El antiamericanismo es el ideologema contemporáneo que cuenta con más adeptos y que más y mejores satisfacciones reporta a los que lo practican escribiendo libros, haciendo documentales o redactando discursos para los líderes que gustan de emular a Fidel Castro. La escuela es antigua. Lo que hoy queda de ella es simple orujo adulterado de las antiguas campañas teledirigidas desde Moscú. Los soviéticos tenían un departamento ad hoc destinado a desinformar, a inventarse bulos sobre los americanos y a procurar que éstos se extendiesen como una mancha de aceite por todo occidente. Aún recuerdo como, siendo yo niño, se rumoreaba por Madrid que el síndrome tóxico de la colza se debía en realidad a un extraño virus que habían soltado los yanquis de la base de Torrejón. Lo peor es que mucha gente se lo creyó y algunos apostaban su mano, izquierda por descontado, por la veracidad de tan descabellada hipótesis.
Los altavoces de esa oficina moscovita especializada en mentir para fomentar el odio de la población hacia sus adversarios eran las sucursales regionales del PCUS. En España teníamos la nuestra, relativamente activa y que aún a principios de los ochenta gozaba de una lozanía proverbial, daba mucha guerra y contaba en su seno con intelectuales de prestigio que daban lo mejor de sí para convencer a la generación de mis padres que eso del socialismo real era algo fetén, que en la URSS no existía el paro y que más allá del muro a los perros los ataban con longaniza. En ese ambientillo propicio a la mentira y a la fanfarria carnavalera de los comunistas de entonces se crió Moncho Tamames, hijo de su padre y bachiller de cuidada –y carísima– educación que con el tiempo ha devenido en antiyanqui profesional y escritor pésimo. Todo despeinándose lo justito para salir con aire de rebelde en las fotos.
El primer y último bodrio que ha facturado al contado el niño es un refrito antiamericano de esos que sirven de viagra intelectual a la nutridísima audiencia de progres indocumentados que menudea por la capital. Lleva por título “La cultura del mal, guía del antiamericanismo” y, como era previsible, es el clásico destilado de odio, ignorancia, xenofobia y mala leche reconcentrada con el nos suelen obsequiar los chomskys de alcoba.
John Chappell, buen amigo de Kansas que de inculto no tiene nada, lo diseccionó a conciencia la semana pasada en el suplemento de libros de este diario. Poco más se puede añadir, quizá ponerlo en conocimiento de Esteban Ibarra, el del Movimiento contra la Intolerancia. Porque, si en lugar de “guía del antiamericanismo” fuese una “guía del antijudaísmo” (bien pensado, en tal caso obtendría una grata acogida entre buena parte de la parroquia a la que pertenece Tamames) se armaría una gordísima. Si fuese una “guía del anticatalanismo, Carod y Maragall hubieran pedido el secuestro inmediato de la edición y un fastuoso auto de fe como los que presidía el inquisidor Eymerich en su Gerona natal. Si el autor tuviese, además, reservado nicho en La Almudena, no tendría más que titularlo como “guía del anti islamismo”. Prefiero no pensarlo, el mástil de la plaza de Colón no es lo suficientemente alto para el ajusticiamiento al que le iban a someter los que hoy salen de Crisol tan pimpantes con el libro de Tamames bajo el brazo. Son antiamericanos, tienen bula para eso y para mucho más. Lo peor es que lo saben y procuran por todos los medios que lo demás lo sepamos también.
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