martes, 11 de enero de 2005

10 falacias inmortales

El Adam Smith Institute, uno de esos think tank que tanto abundan por los países anglosajones, publicó la semana pasada la lista de las diez falacias más comunes en el pensamiento progre, que es lo mismo que el pensamiento único y sinónimo de pensamiento débil. El autor del informe, Madsen Pirie, enumera uno a uno los embustes más habituales con los que la progresía de todas las latitudes pretende explicar el mundo.

Por descontado, todas están más que refutadas y a estas alturas no merecen crédito alguno, sin embargo, siguen extendiéndose como la peste gracias a la inestimable labor de periodistas desinformados, profesionales de la solidaridad, ecologistas de nómina y políticos que viven de eso. La maquinaria propagandística de la izquierda es tan potente y goza aún de tanta credibilidad que hemos de rendirnos a la evidencia y no dar la batalla por vencida. Por ejemplo, aquello de que los recursos naturales se están agotando a toda pastilla se ha demostrado falso en multitud de ocasiones, y no por que un teórico liberal se haya empeñado en mostrar que no es así, sino por la realidad, que es muy tozuda. A día de hoy vamos sobrados de petróleo, de carbón, de gas y de todas esas materias primas que deberían haberse agotado hace muchos años.

La superpoblación es otro de los clásicos imperecederos de cualquier izquierdista que se precie. A pesar de que las proyecciones demográficas de la ONU no dan ni una ellos siguen dale que dale con eso de que no cabemos en el planeta y de que algo habrá que hacer. Por algo, obviamente, se refieren a la aplicación de abracadabrantes programas de planificación familiar en el tercer mundo. La bomba demográfica suele ser el preludio de toda la vulgata antiglobalización tan cara a ese progre universal que no conoce fronteras. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, las multinacionales machacan a los países en desarrollo –bueno, en realidad machacan a todo el mundo pero a esos países más todavía– la ayuda al tercer mundo, simbolizada en el manoseado 0,7 por ciento, es imprescindible para que éste progrese y, la mejor de todas: el crecimiento económico es un cáncer y si lo detuviésemos seríamos todos más felices y viviríamos en armonía. ¿A qué le son familiares? Pues bien, todo es mentira.

La obstinación de esta gente repitiendo trolas como papagayos es admirable por lo que, a modo de premio, han conseguido convencer a buena parte del personal de que no son tal sino verdades inmarcesibles. Poco importa que la realidad les fastidie los eslóganes tan frecuentemente o que el más somero análisis haga que su edificio de ideas se derrumbe, lo importante es no rectificar y eliminar cualquier asomo de debate. Que se lo pregunten sino a Johan Norberg, que por poner en duda el dogma le han llamado de todo empezando, naturalmente, por el sempiterno ultraliberal, palabro que viene a condensar las cualidades de insolidario, de intolerante, y de, según en que ocasiones, xenófobo. Con Bjorn Lomborg, otro de los que han desafiado el pensamiento único, no han sido tan amables, se han cebado hasta el empacho en su homosexualidad, haciendo buena la advertencia de Ann Coulter cuando señalaba que, en realidad, los progres odian a los gays. No se si esto será cierto o no, lo que le puedo asegurar es que odian, y de que manera, a quien osa llevarles la contraria.

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