No amable lector, esto no es una crónica gastronómica, ni una exhortación para que en las navidades que ya tenemos encima dejen el besugo y se pasen a la muy castiza y nutritiva albondiguilla con tomate. Es una admonición de lo que se nos viene encima con el último fichaje de El País, con la nueva y flamante entrevistadora catódica con la que Ceberio y sus cuates quieren amenizar la temporada. Me refiero, naturalmente y por si no se habían dado cuenta, a María Antonia Iglesias, progre de carné y peneuvera de parné.
Creo que fue Jaime Campany en una de sus geniales ocurrencias quien rebautizó a la Iglesias como la albóndiga. La verdad es que, en aquel entonces, disfruté de lo lindo con el mote, luego, como la estrella mediática de la ex comisaria socialista en TVE fue decayendo, lo arrinconé en algún baúl de la memoria hasta que el pasado lunes me volví a encontrar a la interfecta en las páginas del diario amigo. Le había perpetrado una entrevista al secretario general de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, un señor a quien no tengo el gusto de conocer pero que tiene cara de buena persona y que no se merece una encerrona como la que le preparó la periodista preferida de Arzallus.
Según tengo entendido, desde que cesó en el comisariado político del Ente, la Iglesias se ha especializado en tres cosas. La primera salir en la tele, en el programa de María Teresa Campos como tertuliana, la segunda defender a la tiranía castrista, y la tercera en acaudillar la portavocía mediática del PNV en la capital del Reino. Como contertulia se ha limitado a interpretarse a sí misma de un modo extraordinario, como si lo tuviese ensayado. Cara de mala uva, suficiencia y mucha superioridad moral para compensar sus raquíticas ideas. Como abogada de Castro ha sacado algunos viajes a la isla y ese aire quijotesco de los que persiguen quimeras imposibles. Por último, como avanzadilla abertzale en el Madrid excluyente y traicionero, se ha travestido de bulldog (no va con segundas) y no ha pasado una, vamos, que se merece el premio Sabino Arana si es que no se lo han concedido ya.
Como entrevistadora de El País ha creado un nuevo género periodístico, muy similar al interrogatorio policial, que consiste en que el entrevistador hace que pregunta sentenciando algo que al entrevistado no le queda más remedio que confirmar. En una que le hizo a Fraga en septiembre las preguntas eran de este estilo: "¿No le produce siquiera alguna repugnancia volver a faltar a su palabra de que no volvería a presentarse?", o "su hiperliderazgo es un tapón, señor Fraga". Le faltó decirle que se fuese porque era un gusano inmundo salido de las pútridas aguas del franquismo.
La que le hizo a Martínez Camino la semana pasada no se ha quedado a la zaga y merece entrar en el próximo manualillo de periodismo de progreso que hagan de lectura obligatoria en la facultad del ramo. Para abrir boca, el título de la misma, en portada, correspondía a una frase que el religioso no había pronunciado y, en páginas interiores, la chicha informativa no defraudaba al lector que busca este tipo de entrevistas arriesgadas al borde mismo del paredón. Textualmente; “el problema que tienen ustedes es que no terminan de digerir que esa visión laicista ha impregnado también a los suyos”, “no me puede negar que ustedes han estado siempre más cómodos con la derecha”. Martínez Camino se mantuvo firme en sus convicciones y confieso que me sorprendió su templanza, exactamente la inversa a la exhibida por la ministra Magdalena Álvarez, que armó la marimorena a una redactora de TVE porque no le gustaban las preguntas que le iba a hacer. Nuestros gobernantes y sus epígonos mediáticos hasta entrevistando destilan talante. Eso que no falte.
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