Me recriminan por correo electrónico por haber osado criticar a Adolfo Suárez, que, por lo que se ve, además de duque es ya beato y, en breve, santo de la Iglesia Transicionita, que, si aún no existe, pronto la fundarán.
No, no lo hago por epatar ni porque en mis mocedades tempranas –tempranísimas, para el caso– ya le hubiese tachado de perjuro o de camisa azul blanqueada por la Ley de Reforma Política. Lo hago porque, nos guste o no, Adolfo Suárez es ya historia de España y, como tal, su figura debe ser estudiada y criticada sin apasionamientos.