Antiguamente, antes de la Revolución Industrial y el nacimiento del capitalismo, los más ricos lo eran por herencia. Las clases sociales eran compartimentos estancos de los que no se podía salir. El que nacía marqués vivía como tal el resto de su vida gracias a los privilegios legales que el Estado le otorgaba. Los emprendedores que nacían pobres poco podían hacer para mejorar sus condiciones de vida. Sólo a partir del siglo XVII en ciertas áreas de Europa como el norte de Italia, Holanda o Inglaterra los desheredados empezaron a prosperar desafiando su aciago destino de cuna.
Entonces, gracias al floreciente comercio internacional que dio lugar a las primeras sociedades anónimas que incentivaban el riesgo y la inversión, aparecieron las primeras fortunas plebeyas. El capitalismo y no otra cosa fue lo que emancipó a la humanidad de la servidumbre medieval. Los cimientos de aquella revolución fueron el esfuerzo, la voluntad de enriquecerse asumiendo riesgos y el ahorro. El mundo desde entonces es un lugar mucho mejor, más rico y más justo.
Cualquiera, incluso el que nace en una chabola, puede llegar a ser millonario. Y no es una teoría sino una realidad verificada por la Historia una y otra vez. Desde hace casi dos siglos las principales fortunas del mundo no son las de los aristócratas, sino las de emprendedores que empiezan con lo puesto y se van a la tumba con un patrimonio personal que valdría para vivir cómodamente 100 vidas. Estas fortunas, además, cambian continuamente.
Hace siglo y medio los más ricos del mundo eran los Vanderbilt o los Carnegie, grandes magnates de la industria del siglo XIX. En sólo unos años traspasaron el cetro a los Rockefeller o a los Ford, que revolucionaron el mundo a principios del siglo XX. Pero, a pesar de sus méritos, no lo sostuvieron mucho tiempo. Lo heredaron otros que no tenían ninguna relación familiar con ellos como los Onassis o los Getty, las dos grandes fortunas de la posguerra. El talento, a diferencia del dinero, no se hereda y otros que salían de la nada, como los Gates, los Packard o los Albrecht se convirtieron en los hombres más ricos del mundo.
El capitalismo, a diferencia del antiguo régimen o el socialismo, premia el trabajo, el mérito y la empresarialidad. De las diez mayores fortunas de 2009 ocho se han conseguido desde la nada y las otras dos eran herencias que los herederos han acrecentado en lugar de dilapidarlas como sucede en muchas ocasiones.
Casi todos los multimillonarios del pasado y del presente labraron su fortuna desde la nada. Andrew Carnegie era un simple emigrante escocés que trabajaba de mensajero, pero terminó siendo un gran magnate del acero. Cornelius Vanderbilt dejó la escuela a los 11 años para trabajar en un ferry del puerto de Nueva York. A los 50 ya era propietario de un imperio marítimo y ferroviario. Henry Ford, que inventó la industria del automóvil, nació en mitad del campo, en una humilde granja del estado de Michigan.
Rockefeller era hijo de un viajante de comercio y acabó convirtiéndose en el hombre más rico de la Historia, en el santo y seña del capitalismo. Dos siglos antes Rockefeller, con todo su talento y su capacidad de trabajo, no hubiese pasado de tendero en un mercado. Onassis emigró a la Argentina con una mano delante y otra detrás. Al morir poseía un imperio y se había casado con Jacqueline, la viuda de Kennedy.
Lo mismo puede decirse de casi todos los milmillonarios actuales.
Bill Gates y el Windows
El fundador de Microsoft es hijo de un abogado de clase media de Seattle. Hace 30 años, cuando le detuvieron por una infracción de tráfico, nada hacía pensar que se convertiría en el hombre más rico del mundo en sólo dos décadas gracias a su habilidad para transformar la informática personal mediante un sistema operativo, el Windows, fácil de utilizar y compatible. Tuvo una buena idea y supo llevarla a la práctica.
Warren Buffet o el arte de invertir
El inversor más envidiado del mundo nació en Nebraska, muy lejos de todos los centros de decisión del mundo. Su primer trabajo fue ayudar a su padre en la tienda de ultramarinos que la familia tenía en Omaha. Más tarde consiguió un puesto de repartidor de periódicos. Fue a estudiar al este y allí, a base de observar y estudiar cuidadosamente cómo funcionaba la Bolsa, se convirtió en el mejor inversor bursátil de la Historia.
Carlos Slim, el amigo de los políticos
El hispano más rico del mundo es hijo de un cristiano maronita que emigró del Líbano a México, donde montó una tienda de textiles. Slim se quedó huérfano siendo un niño. Hizo algo de dinero hasta que, en los ochenta, el poder político le hizo un favor entregándole la telefónica Telmex. Fue la primera piedra de su imperio que, en rigor, se lo debe en gran parte a sus buenos contactos políticos, imprescindibles si se quiere hacer fortuna en los países hispanos.
Lawrence Ellison y las bases de datos
La historia Lawrence Ellison es propia de una novela. Nunca conoció a su padre y no supo quien era su madre hasta los 48 años. Fue criado en un barrio judío de clase media en el sur de Chicago. Empezó a estudiar en la universidad, pero lo dejó en segundo curso. A los 20 años se mudó a California con lo puesto. En 1977 tuvo la idea de fundar una compañía de software dedicada a las bases de datos, la llamó Oracle. Hoy es uno de los millonarios más excéntricos. Tiene un yate del tamaño de un transatlántico y vive en una mansión de estilo japonés a prueba de terremotos.
Ingvar Kamprad y los muebles baratos
El dueño de IKEA se crió en una pequeña granja de la Suecia rural. Su primer empleo fue vender cerillas con su bicicleta. De esa actividad pasó a vender diversos productos como pescado, lápices o decoración para los árboles de Navidad. Con el dinero de un premio que le dio su padre por aprobar el curso fundó IKEA. A pesar de ser uno de los hombres más ricos del mundo es extremadamente austero, conduce un Volvo de hace 15, vuela en clase turista y utiliza los folios por las dos caras. Tal vez ese y su innata perspicacia hayan sido el secreto de su éxito.
Los hermanos Albrecht, reyes del hard discount
Karl y Theo Albrecht nacieron en Essen, en la cuenca del Ruhr, al terminar la primera guerra mundial. Su padre era minero y su madre poseía una pequeña tienda de alimentación. No fueron a la universidad y todo lo que tenían que saber para triunfar lo aprendieron en aquella tienda. Observaron que si bajaban un 3% los productos éstos empezaban a venderse como rosquillas. Para rebajar aún más el precio decidieron no hacer nunca publicidad, no vender productos frescos y gestionar siempre supermercados pequeños.
En 1961 abrieron su primer Aldi (Albrecht-Discount), un supermercado que vendía casi lo mismo que los demás pero más barato. Para evitar discutir los hermanos se partieron el negocio. El norte de Alemania sería para Theo, el sur para Karl. Hoy Aldi es una cadena de 8.200 supermercados repartidos por 19 países.
Amancio Ortega, moda para todos
El self-made man español por excelencia es el coruñés Amancio Ortega Gaona. Nació en una aldea de León tres meses antes de empezar la Guerra Civil. Emigró con sus padres a Galicia donde, a los 17 años, comenzó a trabajar en una céntrica mercería de La Coruña. En 1963 pidió un préstamo para montar su propia empresa textil: GOA, dedicada en origen a fabricar las batas de guatiné, que hacían furor en los años 60. Doce años después abrió su primer Zara en su ciudad de adopción. A partir de ahí el negocio fue creciendo como la espuma en lo que se dio en llamar Zaravolución. Hoy, casi medio siglo después, la heredera de GOA, Inditex, da empleo a 90.000 personas en todo el mundo.
La enseñanza que se extrae de tantos y tantos casos de milmillonarios salidos de la nada durante los dos últimos siglos es que el trabajo, la dedicación y la voluntad de triunfar son el mejor activo que una persona puede tener; muy por encima de un padre rico o de que a uno le toque la lotería.
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