Durante la Superbowl de 1984, en plena era Reagan, aquellos años mágicos en que los yanquis empezaron a atar a los perros con longaniza, se emitió un anuncio un tanto extraño que avanzaba el lanzamiento de un nuevo modelo de ordenador doméstico. El spot, considerado ahora como una de las cumbres de la publicidad televisiva, mostraba a una jovencita vestida al estilo de las Olimpiadas de Los Ángeles (¡benditos 80!) corriendo como alma que lleva el diablo con un martillo en la mano.
Detrás de ella unos maderos tipo los de Rubalcaba persiguiéndola por un pasillo que conducía a una especie de cine donde una multitud de tíos lobotomizados veían embobados a un antecesor de Gabilondo dando instrucciones. Todo como muy visual, muy cinematográfico, muy de quedarte pegado a la pantalla de la tele sin saber muy bien de qué va la cosa. En Estados Unidos causó sensación, aquí no tanta; primero porque no se emitió jamás, y segundo porque esa era, precisamente, la pose que adoptaban los telespectadores españoles de la época cuando se tostaban delante de los informativos que el hermano de Juan Guerra teledirigía desde la Bodeguilla. Y doy fe de ello porque, aunque era un niño por entonces, me acuerdo perfectamente del atontolinamiento general de aquella primera legislatura triunfal del Morritos, también conocido a este lado de la Castellana como Morenito de Cazorla.