Escribir bien, bonito y además llevar la razón no está al alcance cualquiera. De hecho, suele ser frecuente que los que hacen lo primero se lleven a matar con lo segundo, y viceversa. Pablo Molina es una de las excepciones. Da gusto leer todo lo que escribe, a veces tanto que se muere uno de risa. Y suele llevar razón. Y es que Pablo ha tomado por costumbre acertar en sus nada sesudos análisis de la actualidad. Se atreve con todo y no pestañea, por muy grande y bien armado que venga el morlaco. Y así todas las semanas.
Pablo no es periodista de profesión, ni siquiera analista, que es como se hacen llamar los que no han visto un teletipo ni de lejos. Apartado de esas distracciones, Pablo se dedica a mirar, al noble y provechoso oficio de observar lo que le rodea con sonrisa de pícaro mientras, en silencio y sin que se le note, va perpetrando mentalmente su columna. Y luego llegan los viernes y los que sabemos apreciar lo bueno disfrutamos como enanos con sus malicias y barruntos, sus retruécanos y piruetas semánticas, que le han convertido en la pluma más casquivana, desvergonzada y fresca de Libertad Digital.