Estamos asistiendo en estos días a una entrega más de la tragedia en no sé ya ni cuantos actos de la guerra en Oriente Medio. Una guerra que, efectivamente, no tiene fin, fluctúa sin cesar y mantiene al mundo en vilo y a la región sumida en la miseria y la tiranía. Pero, ¿por qué dura tanto el conflicto? ¿Dónde está el origen? ¿Por qué nunca termina y se reactiva una y otra vez?
En Occidente, especialmente en esa parte de Occidente impregnada de lo francés, esto es, lo muniqués, despachamos el asunto con una simplicidad asombrosa: Oriente Medio está guerra porque un estado agresor y artificial quiere adueñarse de todo lo que le rodea. Un estado que, para colmo, es la sucursal asiática de los Estados Unidos y que, por si eso fuera poco, practica el occidentalismo más aberrante con la democracia y la libertad de mercado como bandera. Ese estado, naturalmente, es Israel. Así de sencillo. Si se desea la paz hay que frenar a ese país o, poniéndose tremendo, hacer que desaparezca. Esto último, lógicamente, no se dice ni en las cancillerías ni en las redacciones europeas, pero se piensa y se pide fuera de los focos de lo políticamente correcto.