Las cifras de la barbarie sobrecogen. Sobre una ciudad de 630.000 habitantes cayeron 650.000 bombas incendiarias de una tonelada cada una, 529 de dos toneladas y una de cuatro toneladas. El incendio que provocó el ataque fue de tal magnitud que la columna de fuego se veía desde 150 kilómetros a la redonda. La ciudad ni siquiera pudo defenderse. Apenas quedaban baterías antiaéreas y los pocos cazas disponibles no pudieron despegar por falta de combustible.