El cuento del calentamiento global empezó allá por 1988 después de un verano inusualmente cálido en los Estados Unidos. Algunos estados las pasaron canutas aquel año y eso fue la excusa perfecta para que los enredas de siempre se pusiesen a darle a la manivela. Curiosamente, hasta ese momento lo que los catastrofistas vaticinaban era el inicio de una era glacial que dejaría Norteamérica tapizada por una generosa capa de hielo. La explicación del fenómeno era lo suficientemente gráfica para convencer a los incrédulos. Las emisiones industriales y del tráfico producían una suerte de velo atmosférico que el calor del sol no podía atravesar, esto haría que las temperaturas se desplomasen y sobreviniese el esperado armagedon. El responsable de todo era, naturalmente, el maldito capitalismo depredador.