La primera vez que me acerqué a Jean François Revel fue a través de su quizá más celebrado ensayo El Conocimiento Inútil, publicado a principios de los 90 y que tuvo cierta difusión en el ámbito hispano. Revel me sorprendió, me fascinó, sobre el papel estaba la esencia condensada y expuesta con lucidez de esas ideas vagas que por entonces circulaban por mi cabeza de adolescente. Tanto me gustó que me apropié e hice mía la frase del primer capítulo que abre el libro y que cada día cobra más y más vigencia. "La primera de las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira".
Frente a la mentira, a la gran mentira del pasado siglo, vuelve a levantarse Revel en el que está llamado a ser, si no me falla la intuición, su libro más recordado, el corolario a una vida y una obra dedicada a combatir la farsa y la tramoya de la utopía por excelencia del siglo XX. Se trata de La gran mascarada. Ensayo sobre la supervivencia de la utopía socialista. La publicación de la obra a caballo entre dos décadas, su momento histórico, no es una casualidad. El año 2000 fue la bisagra entre dos habitaciones de nuestra historia reciente. En una los años de la esperanza, de la primavera de las naciones, del reencuentro de Europa consigo misma. En la otra nuestros días, los del miedo la inseguridad, la amenaza permanente y la resurrección de los fantasmas que creíamos enterrados entre los cascotes del muro de Berlín.
Como toda buena obra de análisis que se precie de serlo, Revel parte de una serie de preguntas a cada cual más interesante ¿Por qué pervive aun, diez años después, el prestigio y el predicamento internacional del socialismo? ¿Por qué sigue siendo un tabú innombrable comparar los totalitarismos soviético y nazi? ¿Por qué los crímenes del socialismo siguen disfrutando de bula mientras que los de otros regímenes son publicitados y recordados cada día a la opinión pública? ¿Qué hay detrás de los movimientos antisistema, de los grupos antiglobalización y del maremagno ecologista?
Con espíritu de cirujano, Revel, que además es académico francés y muy buen narrador, disecciona el alma de ese club de amigos de los genocidios pasados que, derrotados en el campo de la ideas, ganan posiciones en el del lenguaje. Y es aquí donde Revel da su do de pecho. El socialismo, y hemos de entender por socialismo toda aquella doctrina en la que prime lo colectivo sobre lo individual, sigue siendo popular, sigue aglutinando afectos y moviendo voluntades inquebrantables. ¿La razón? Ha conseguido que el común de los mortales, que en occidente se transmuta en masa votante que quita y pone gobiernos, identifique aún la idea socialista con los viejos y muy queridos ideales de justicia, igualdad, paz, tolerancia, entendimiento........y hasta libertad. Que la historia se haya empeñado en demostrar que el socialismo lleva justamente a todo lo contrario no importa, tal es el valor simbólico de la idea que el pasado se ve como una oportunidad perdida no como una experiencia negra que nunca ha de repetirse. Es el viejo sostenella y no enmendalla que tan buenos réditos da a quien sabe utilizarlo. La investigación y el tesón de ciertos historiadores han demostrado que la aplicación de esas ideas que liberarían al hombre del trabajo y le devolverían al edén perdido lo que realmente hicieron fue esclavizar a millones de personas y cobrarse un alto tributo en vidas humanas. Para la izquierda eso, por muy concienzuda e imparcial que fuese la investigación, no es sinónimo del fracaso del sistema que propugnan. Simplemente los casi 100 millones de muertos que el socialismo real ocasionó no son atribuibles a la ideología sino a la perversión de la misma por parte de dirigentes sin escrúpulos. Es decir, que con un verdadero socialismo eso nunca hubiese sucedido. Los principios marxistas permanecen inalterables porque se presumen científicos y como no hay peor sordo que el que no quiere oír de nada valen sesudas indagaciones históricas sobre las tragedias del pasado ni la empírica demostración de lo que fue una doble ruina; la moral de la dictadura sanguinaria ejercida en nombre del pueblo y la económica de la colectivización forzosa, la expropiación y la ilusión de vivir al margen de las fuerzas del mercado.
Es, como muy acertadamente lo moteja Revel, "el arte de pensar socialista", que no consiente que la realidad le fastidie una buena teoría, una buena soflama. Socialismo es libertad a pesar de que en cualquier régimen socialista que en el mundo ha sido ésta ha sido la primera víctima de los autonombrados representantes del pueblo. Socialismo es igualdad a pesar del conocido abismo que separaba los derechos y el bienestar del pueblo y de la burocracia del partido único. Socialismo es democracia a pesar del modo y manera tan curiosa de entender la representación que tienen los regímenes inspirados por Marx. Socialismo es justicia a pesar de las purgas, las persecuciones y las deportaciones masivas de ciudadanos cuyo único pecado fue, y es todavía en algunos países, opinar.
Frente a esta vieja izquierda que lucha por la supervivencia de su peculiar modo de ver el mundo y las relaciones sociales surge la nueva revolución, la de nuestros días. Caído Marx en el pozo del olvido y sus sucesores en el de la infamia los bienpensantes necesitan urgente una causa por la que luchar, un motivo renovado y popular para dar por la válida la contraofensiva. El tercer mundo y la ecología son los nuevos caballos de batalla que vienen a ocupar el papel del proletariado y la cultura hace cien años. Nuestro bienestar se asienta pues sobre dos pilares, la explotación al tercer mundo y el expolio de la riqueza natural del planeta del mismo modo que la burguesía del año 1900 vivía sobre los hombros de un proletariado exhausto y del monopolio de la cultura. Todo aliñado con un antioccidentalismo feroz y la reivindicación de las minorías más peregrinas. La izquierda ha construido de nuevo un sistema intelectual fácil de interpretar hasta por el más lerdo. Por decirlo en una frase, "El mundo perfecto es posible". Este subproducto del socialismo que Revel bautiza como "ultraizquierda" se nutre de los círculos académicos de occidente y posee unas tragaderas mucho más amplias que el socialismo tradicional: no está tan restringido por la teoría política y apela mucho más si cabe al sentimiento, al miedo y al odio. Los resultados ahí los tenemos. Revel terminó el libro a finales de 1999 antes de los carnavales violentos contra la globalización que han tenido lugar desde entonces en algunas ciudades de Europa y América. Desde entonces, y ya va para cuatro años, la tesis expuesta en la obra no ha hecho más que reforzarse y ganar cuerpo. Este parece ser el sino de nuestro tiempo porque tal y como el propio autor afirma en el último capítulo titulado "El odio al progreso" la tentación totalitaria es una constante del espíritu humano que siempre ha estado y estará en conflicto con la aspiración de la libertad.
La gran mascarada Jean-François Revel Editorial Taurus, Madrid, 2000 319 páginas
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