Aunque el espacio exterior se encuentra a sólo unos kilómetros por encima de nuestras cabezas, llegar hasta allí y regresar sano y salvo es extremadamente costoso y entraña una extraordinaria dificultad técnica. Primero hay que escapar de la gravedad de la Tierra, que actúa como un imán y no deja que nada ni nadie se escape de su atracción. Conseguido esto hay que volver a entrar, a reentrar tal y como se conoce en el argot astronómico, salvando la densa atmósfera terrestre, un impenetrable escudo que, o hace rebotar los objetos que pretenden atravesarla, o los incinera.